Mientras enfrento el próximo estreno de Mientras el mundo gira, obra en la que trabajo con Orlando Valenzuela y Ricardo Vélez, me he dado cuenta de que con ellos, dos grandes amigos que disfrutan ambos de una gran madurez interpretativa, he vivido algunos de los mejores momentos (y quizá de los más divertidos) que haya tenido en sesiones de ensayo. Realmente ha sido una gozada ir encontrando cada una de las escenas de este texto tan ambiguo gracias a la capacidad para jugar, proponer y desarrollar cada idea que fue surgiendo en las lecturas o en la sala de ensayo. Y simplemente todo se resume en eso: jugar.(1)
Como profesor he asistido de forma alarmante al paulatino descenso de la capacidad de imaginación, curiosidad y juego de mis alumnos. Ante un reto actoral o una situación escénica a resolver, las respuestas son comunes, fáciles, repetitivas y poco acertadas. No hay riesgo o propuestas sorprendentes; a veces pienso que trabajo con cerebros cansados. Pocos son los que se dejan conducir y entran a este mundo donde todo vale y nada es lo que parece. En la escuela de interpretación poco podemos hacer si el alumno no tiene una mínima base creativa o imaginativa: el actor que de principio no visualiza más allá de lo obvio, nunca podrá despegar (2). Pero entiendo que quizá tampoco es totalmente culpa de ellos, a veces la vida nos absorbe de tal forma que llegamos a olvidar lo que realmente somos, lo que queremos, y a que tribu pertenecemos.
Cuando yo era niño, tenía un solo canal de televisión, no muy bueno, y más adelante llegó otro más (creo que cumplí dieciocho años con dos canales de televisión). Jugaba con las chapas de las botellas, construía castillos con cajas de cartón, jugaba al al fútbol en terrenos infames, inventaba aventuras entre los vagones abandonados de la estación de tren, iba al cine club todos los sábados a ver clásicos y mucha serie B, nunca imaginé hasta donde llegarían los teléfonos móviles, y sobre todo tenía buenos amigos. Creo que por desgracia, y salvo casos puntuales, los alumnos de ahora no han podido desarrollar su capacidad imaginativa como hacíamos antes, porque básicamente ni lo han necesitado ni nadie se ha preocupado por ello. O quizá me equivoco, y puede que los tiempos hayan cambiado porque imaginar y jugar ya no significan lo mismo que antes... no sé.
En fin: jugar sólo jugar, esa es sencillamente la madre del cordero. Y si jugamos con nuestros amigos, mucho mejor.
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(1) No me refiero a juegos teatrales o similar, pocos ejercicios pueden estimular artificialmente la capacidad de imaginar a ciertas edades..
(2) Jugar para actuar también es dudar y hacer uso del sentido crítico.