Circulan estos días por las redes sociales unos textos pertenecientes a una escuelita de actuación, en paralelo a la presentación de la escuela que la cadena Caracol ha montado en Bogotá. Debo decir que ambos textos me parecen muy desafortunados y no creo que hagan ningún bien al sector artístico y educativo colombiano.
En el caso de la primera escuela, que es un pequeño negocio de esos que llamamos "escuela de garaje", presentan unos planteamientos absurdos de lo que debería ser la vida de un actor; realmente no merece más comentarios porque es perder el tiempo. Por el otro lado, en el caso de la escuela de Caracol, y teniendo en cuenta la entidad que tiene por detrás, la cosa toma otro cariz diferente y más profundo. Lo llamativo es que ambas escuelas, de entrada se presentan como salvadoras de la enseñanza actoral y únicas conocedoras de la verdad absoluta. Esto nos suena, ¿verdad? Quizá miles de movimientos anteriores han defendido lo mismo, poca originalidad, nada nuevo bajo el sol. Lo grave en sus planteamientos es el desprecio por todo lo anterior y esa intención obsesiva de enterrar al teatro: matar al teatro es matar a la madre de nuestra profesión, es demostrar una ignorancia supina alrededor de la historia, la tradición y el sector actoral; ya sea colombiano o universal, teatral, cinematográfico o televisivo. La consecuencia de este punto es que, personalmente, no me ofrece mucha confianza la capacidad educativa de los docentes y la dirección académica de estas entidades. Lo cierto es que ambos escritos, de ambas escuelas, son igualmente agresivos y problemáticos, reflejan una cierta desactualización y desconocimiento de la realidad por parte de las personas que los escriben, y son igualmente ofensivos para el sector actoral colombiano. Eso, por desgracia, las iguala.
Sin entrar a valorar ni analizar puntualmente estos textos, al respecto se me ocurren tres ideas de fondo que pueden ayudar a explicar en parte esta situación:
- La primera de ellas tiene que ver con la función de un canal de televisión como Caracol y su responsabilidad frente a la educación de este país. La televisión llega a todos los rincones e influye de forma definitiva en la población, por lo que creo que la elección de sus colaboradores y la información que brindan al público, y a sus potenciales clientes, sobre su escuela debería ser más ajustada a la realidad, sin atacar o denigrar a otras instituciones. No suele ser una buena estrategia de mercado. Por otro lado, tampoco tengo claro si un canal de televisión debe formar actores, y si lo hacen, no sé si serán actores completos y libres, o construidos a su medida. En este caso, no sería descabellado pensar en recibir algún tipo de explicación, o alguna excusa, de una empresa tan importante para la cultura y el entretenimiento del país como Caracol, eso compensaría en parte su error.
- La segunda idea que me viene a la cabeza tienen que ver con la educación en si misma, con el concepto de educación que se desarrolla en ambientes artísticos donde parece que todo vale. Estas escuelas tienen algo en común: no son oficiales ni están supervisadas por el ministerio de educación, son escuelas informales. Esta misma situación sucede en otras muchas escuelas que trabajan temas artísticos. No hay un control serio sobre estas entidades y finalmente los que salen perdiendo son los alumnos y las familias que hacen un esfuerzo económico para que sus hijos estudien. Las universidades e instituciones oficiales hacen un gran trabajo (muy grande, doy fe) para elaborar los documentos que solicita el ministerio de educación que permiten abrir y mantener de forma oficial una centro educativo supervisado y bajo control. No sucede así en estas otras escuelas que siguen abiertas ofertando pseudocarreras artísticas, a pesar de ser centros que no ofrecen las mínimas garantías a los alumnos sobre su inversión ni sobre su futuro profesional. Sin una educación seria y profesional, nunca existirá un sector serio y profesional.
- La tercera idea tiene que ver con el contexto actoral en la actualidad. En estos días hemos asistido a la presentación de un Festival Iberoamericano descolorido e insípido, en el que poco o nada pintan los profesionales de la escena. Aunque esto no es algo baladí, si juntamos los síntomas que sufrimos alrededor tenemos una enfermedad del sector muy grave: festivales desfestivalizados, escuelas artísticas desconectadas y despectivas, públicos que nunca llegan... este es el entorno real en el que nos movemos. Yo no creo que el arte y la cultura sean de un color u otro, eso es circunstancial, pero creo que hay que revisar nuestros propios principios como profesionales de la cultura para buscar soluciones actuales, serias y responsables que dejen de poner parches con promesas absurdas. Es necesario evolucionar y mirar de frente a los nuevos retos que el campo artístico y cultural ofrece: vivimos en el siglo XXI.
No es este un asunto caprichoso o puntual, merece una reflexión y no dejarlo olvidado en el tintero de los chismorreos pasajeros. No me imagino que sucedería si aparecen escuelas informales de derecho, arquitectura o medicina que prometen formar a los mejores profesionales, y además olvidando toda la tradición anterior. Esta en juego la credibilidad del sector actoral colombiano, no es una broma ni una pataleta. Ojalá todos los profesionales de este mundillo: actores, actrices, directores y autores reaccionen dando la cara de forma seria para denunciar firmemente y no se escondan por miedo a represalias, o por amistades convenientes. Porque esto sí es serio, mucho más que otras discusiones banales en alguna red social. Hay que reaccionar, hay que tomar medidas, porque de otra forma y a la larga, las consecuencias serán peores.
Gracias por leerme.
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