Erase una vez un carpintero que fabricaba bonitas sillas, mesas y armarios. Desde que era un aprendiz todos sus maestros le enseñaron y le impulsaron a construir muebles maravillosos. Un buen día, entró un señor en su carpintería que no necesitaba un mueble, sólo quería comprar un martillo. Aquel señor no quería muebles porque decía que eran muy grandes y aparatosos, decía que los muebles artesanales eran cosa del pasado; él prefería comprar muebles armables y de baja calidad, y por eso necesitaba un martillo. Tras hablar un rato y discutir mucho, convenció al carpintero y este le vendió su mejor martillo. Con el dinero que obtuvo el carpintero con aquella inusual venta pudo comprar dos martillos nuevos, pero de menor calidad que aquel primer martillo que vendió. Sucedió que a los pocos días llegaron varias personas a la carpintería, todos amigos de aquel señor que compró su primer martillo; pero no querían muebles, sólo querían comprar martillos. Ante la insistencia de todos aquellos compradores, el carpintero aceptó vender de nuevo sus martillos. Y de nuevo le pagaron muy bien por ellos. Aquella maniobra se repitió una y otra vez, una y otra vez. Con el tiempo el carpintero se hizo famoso por vender martillos. Vender martillos era más rápido, más rentable y más cómodo. El carpintero dejó de ser carpintero y dejó de construir mesas, sillas y otros muebles. Olvidó su profesión y, en ese olvido, perdió su razón de ser junto a todo el arte que le enseñaron sus maestros.
Valga este cuento para ilustrar una reflexión que me corroe desde hace tiempo. En realidad, algo parecido sucede cuando una herramienta actoral se convierte en el fin último de una puesta en escena o un espectáculo (cómo más les guste). Hablo de la expresión corporal, algunos tipos de trabajo vocales, la improvisación, el clown para crear personajes, algunas investigaciones dramatúrgicas... entre otras muchas opciones. Al final acabamos vendiendo martillos cuando podríamos y deberíamos hacer muebles.
Y sé que alguno dirá que siempre me estoy quejando de todo, pero ya soy muy mayor para cambiar; aunque de vez en cuando lo intente.
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Y una pista. Maravilloso montaje de un texto de Griselda Gambaro a partir de "Casa de Muñecas" de Ibsen en el teatro San Martín de Buenos Aires:
http://www.youtube.com/watch?v=9ibdbPOI1CA