La obra se titula Uñas sucias, de Luis Barrales, dirigida por Kike Castañeda, con un amplio elenco femenin o (Gianina Arana, Isabel Cristina Estrada, Jenniffer Leibovici, María Cecilia Sánchez, Ángela León, Catalina Sarmiento, Diana Calderón y Diana Wiswell) que se presentaban en varias opciones de reparto. La obra plantea el encierro de cinco componente de un equipo femenino de fútbol en el vestuario mientras esperan la noticia de la subida de alguna de ellas al primer equipo; y aunque la obra original se haya escrito para hombres, se han hecho otros montajes con mujeres apartes de este, por ejemplo en el festival "Santiago a mil" de 2010 por la compañía La Popular, en este encierro cada uno de los personajes presentará su interior a cuentagotas, e iremos descubriendo que detrás de cada máscara hay aristas personales mucho más escondidas y complejas.
La duración de la obra es de aproximadamente ochenta minutos y avanza a buen ritmo, no se hace espesa en ningún momento y las actrices (por lo menos el reparto que me tocó) cumplen en sus papeles sin opacarse mutuamente sobre un espacio realista que representa de forma fiel un vestuario deportivo, especialmente futbolero. El final, un tanto trágico pero quizá lógico dramatúrgicamente hablando, llega casi de golpe (con un ligerísimo referente a Lady Macbeth alrededor de la sangre en las manos) solventando la obra de una forma casi abrupta dado el ritmo y desarrollo del texto, pero justificado después de un desarrollo emocional de los personajes como el que hemos presenciado. Quizá lo que más me interesó fue eso mismo: los personajes, fáciles de seguir, directos y complejos al tiempo y cada uno de ellos con su recoveco oculto; algo tan fácil y difícil como mirarse a si mismo. Me recordó mucho esta obra a una película de 1984: The Breakfast Club (El club de los cinco en España), escrita y dirigida por John Hughes, y una de las películas juveniles bandera de los ochenta; también una historia muy adaptada para teatro.
En esta película, y de forma muy simular a Uñas Sucias, la situación presenta a un grupo de jóvenes que son castigados y encerrados en la biblioteca de su colegio hasta que escriban un ensayo. Lo interesante es que tanto en esta película como en la obra de teatro que vi, cada personaje presenta un estereotipo clásico fácilmente reconocible e identificable por el público. Y no nos engañemos, quizá este punto es una de las bases del éxito en este tipo de productos entre un importante sector del público: sabemos donde sucede la acción, reconocemos a los personajes y nos identificamos con ellos, y además lo que nos cuentan nos entretiene e interesa. Son historias que cumplen la normativa básica aristotélica que rige en las estructuras narrativas clásicas, sin deformaciones, juegos o experimentos: planteo, desarrollo y cierro. Y cuidado, no nos engañemos: hacer esto bien hecho es muy difícil, quizá por eso algunos autores prefieren deformar la estructura y escapar de lo normativo por diferentes razones. Ahora no me malinterpreten, por favor, todo es respetable. (Además este es mi blog y escribo lo que me da la gana sin dar explicaciones.)
Uñas Sucias, una obra de teatro entretenida, con una puesta en escena agradable y buen reparto femenino (especialmente algunas sobre las que estoy paternalmente orgulloso, ellas saben a quién me refiero). La verdad es que necesitamos historias así, necesitamos historias con personajes reconocibles, necesitamos que el público vaya al teatro y entiendan lo que les estamos contando; porque siempre hay tiempo y espacio para otros menesteres más arriesgados. Necesitamos crear mercado teatral, sin asustar a nadie y sin ofender a nadie, un mercado en el que entremos todos y en el que entren todas las historias posibles sin restricción de tendencia u origen. Y que a fin de cuentas no se nos ensucien las uñas por ir o no ir a tal o cual teatro.
Vayan al teatro, a cualquier teatro, es bueno contra el cáncer.
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