Quizá una de las cumbres de la literatura dramática, y también de la obra de su autor, se cierra con dos palabras: Él muere. Es curioso ver como a veces lo más simple es lo más definitivo, directo y efectivo. Matar a Lear con dos palabras, sin ostentación ni grandes fanfarrias, define la naturaleza de este gran texto y, a su vez, de su autor. Él muere. Porque en la época de Skahespeare no había redes sociales, ni internet, ni sonido pregrabado, ni diseño de luces o grandes efectos; pero el público se mantenía más de tres horas de pie viendo obras de teatro de semejante calibre. Él muere.
Solemos olvidar que el actor es la mejor escenografía posible, que el teatro sólo es un rito y que el público debe ser nuestro complice desnudo. Él muere. Shakespeare lo sabía, y ríe desde su tumba cuando le cuentan de montajes fallidos por aparatajes escénicos demasiado complicados, por vestuarios imposibles, o por elementos que en vez de sumar restan efectividad al trabajo de los actores. Él muere.
En 2014 se cumplirán 450 años del nacimiento de William Shakespeare. Buen año para recordar y poner en práctica todo lo que este bardo inglés dejó escrito. No olvidemos nunca quién fue ese señor con pendiente en la oreja izquierda, y lo que aportó a la humanidad desde unas tablas. Y sobre todo, sería bueno tener un poco más en cuenta la profundidad metafórica de esas dos simples palabras: Él muere.
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"King Lear", por la Royal Shakespeare Company, dirigido por Peter Brook , 1971 (en inglés): http://www.youtube.com/watch?v=GOVQGoARpqE
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